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REENCUENTRO EN ROMA


Hacía tanto tiempo que no se veían... Él decidió poner tierra de por medio cuando ella le dijo que no le amaba y siguió con su vida.  Era cierto. No le amaba. Pero se sentía irremediablemente atraía por él y no había podido olvidar su olor.
 

Habían pasado diez años y seguía teniendo su olor tatuado. 

Ese año había sido complicado. Cansado. Raro. Todo lo planeado había sido pospuesto así que ella decidió tomarse unas vacaciones y ausentarse de todo para poder seguir adelante.  

Su destino: Roma. Una semana en un resort lejos de todo y todos. No llevaba ni teléfono móvil. Así se garantizaba relax absoluto. 

Llegó al aeropuerto como cinco horas antes pero no la importó. Eran sus vacaciones y el tiempo había pasado a un segundo lugar. 

Cuando embarcó estaba tan excitada que la fue imposible quedarse dormida. Cuando aterrizó, fue a recoger su equipaje y a esperar el autobús que la llevaría a su destino. 

El resort estaba a las afueras de Roma. Lejos del tumulto y el ruido. Ofrecía descanso, relax y múltiples sesiones de masajes y baños termales. 

Cuando bajó del autobús se quedó petrificada. Aquello era mucho mejor y más bonito que en las fotos. 

La fachada blanca. Con arcos para entrar y fuentes con chorros que se elevaban y cambiaban de color armoniosamente por todas partes. 

 

Estaba tan ensimismada contemplando el espectáculo de luces y chorros que casi no se dio cuenta cuando vino el mozo a llevarla el equipaje y a acompañarla a la recepción. 

El hall del hotel era inmenso. Suelos de mármol blanco, columnas, lámparas inmensas y música suave de fondo.  

En el mostrador de la recepción, había cestitos con caramelos de diferentes sabores. Bombones y muestras de perfume. Todo ello a disposición del cliente. 

Cuando hizo el checking, la dieron la tarjeta de su suite y la dijeron que no se preocupara por el equipaje. Que ya estaba en la habitación. 

Se dirigió a la suite y cuando abrió la puerta, vio que encima de la mesa del recibidor, había un enorme ramo de rosas azules y una tarjeta en la que ponía: “Bienvenida de nuevo”. 

Estaba deshaciendo las maletas cuando llamaron a la puerta. 

·         Servicio de habitaciones... 

Abrió la puerta y un camarero entró y la dejó una bandeja llena de bombones de chocolate negro y otra bandeja llena de chuches ácidas. 

·         Disculpe, pero yo no he pedido nada – dijo ella - 

·         Obsequio de la dirección del hotel –dijo el camarero a la que se iba - 

·         ¡Qué detallazo! -pensó ella - 

Mientras se preparaba un baño caliente con espuma en el Jacuzzi abrió un bombón y lo disfrutó saboreándolo lentamente. 

De repente se dio cuenta que estaba sonriendo sin querer. Esos bombones, la recordaban tanto a él... 

La cena era a las 21 horas. Se vistió, se hizo un moño y salió de la habitación directa al comedor. 

No había llevado nada elegante, ya que el plan era relax, masajes, piscina y más relax. Pero la llamó la atención ver que todas las personas con las que se cruzaba iban impresionantes. Así que se dio media vuelta y subió al cuarto a ver si encontraba algo decente para la cena ya que los vaqueros, aunque eran bonitos, no parecían ser lo más indicado. 

Abrió la puerta presurosa y cuando se dirigió a su armario, vio encima de la cama un vestido negro ceñido con la espalda descubierta y un escote de vértigo. No quiso pensar de dónde había salido aquel vestido, pero la venía al pelo, así que se lo puso sin dudarlo ni un seg
undo.
 

Bajó a toda prisa y cuando llegó al comedor, se encontró en la puerta con un camarero que la ofrecía una venda de raso negra para taparse los ojos ya que la temática de la cena esa noche era “la cena de los sentidos”. 

¡Qué divertido! Tenían que saborear los alimentos sin verlos y adivinar que eran solo por el olor, el tacto y el gusto. 

Se puso la venda y la condujeron a la mesa. No sabía a quién tenía al lado. Hombre, mujer... se tenía que dejar guiar por el olfato. Por el perfume. 

A esa cena iba todo el servicio del hotel. Desde el servicio de limpieza hasta el director y después de la cena, se ofrecía un baile de gala con un espectáculo. De ahí que hubiera que ir elegante. 

La cena transcurrió sin sorpresas. Los olores y sabores de los platos eran exquisitos y sabrosos.  

Pudo adivinar por el olor que a su izquierda tenía a una mujer, ya que casualmente usaban el mismo perfume. 

A su derecha no lograba adivinar a quien tenía. No olía a nada y eso, la tenía intrigada. 

Estaban llegando casi al postre cuando de repente, la vino un olor conocido. Inconfundible. Un olor que llevaba tatuado en ella diez años. Se levantó sin pensarlo y se quitó la venda de los ojos, pero no encontró lo que buscaba. A su derecha no había nadie. Se volvió a sentar y se puso la venda, pero ya no pudo cenar más. Se la había pasado el apetito. 

Cuando terminó la cena, se la acercó un camarero y amablemente la pidió que lo acompañara al despacho del director y ella, sin decir nada, lo siguió. ¡Total, se la habían pasado las ganas de bailar! 

El despacho del director, estaba en un pabellón apartado del resort.  Había que recorrer un largo pasillo, salir al jardín y pasar al otro lado de las fuentes. 

Cuando llegaron, el camarero llamó a la puerta y se fue. 

·         Adelante. - Dijo una voz en tono sereno y pausado. 

Ella entró y de repente la inundó de nuevo ese olor tan especial. 

Esta vez no la hizo falta buscarlo. Lo tenía delante. El director del hotel era él. 

Habían pasado diez años desde su último encuentro y sin embargo, al tenerlo delante era como si no hubiera pasado ni un segundo. 

·         Te sienta muy bien el vestido. Me alegra comprobar que sigo sabiendo tus gustos.  Estás preciosa. -Le dijo él - 

Ella no podía articular palabra. Estaba tan sorprendida que enmudeció.  

·         ¿No tienes nada que decirme? Diez años sin vernos ¿y te quedas muda? ¿En serio? No sé si arrancarte un hola de tú boca o arrancarte el vestido para que digas algo. 

Se acercó y la besó sin pensarlo. Ella temblaba como una hoja. No podía articular palabra, pero tampoco podía dejar de besarle. No le amaba. Cierto era. Pero le deseaba con todas sus fuerzas y llevaba diez años esperando. 

Le desabrochó la camisa y le besó el pecho. Olía tan bien... Él la cogió y la puso encima de la mesa escritorio. La subió el vestido y se lo quitó como si nada, dejándola únicamente con un minúsculo tanga de encaje, las medias de seda con liguero y los zapatos de tacón. 

Ella, seguía emborrachándose de su olor. Ese olor que la había acompañado durante todo ese tiempo y que tanto había añorado.  

Le besaba el cuello, le acariciaba el pecho y él se dejaba acariciar y a su vez la besaba los pechos con sumo cuidado. Poco a poco, su boca fue bajando hasta el ombligo y suavemente la quitó el tanga para poderla saborear del todo. La tenía sentada, abierta de piernas a su merced y su deseo por saborearla no se hizo esperar.  

Su lengua empezó a jugar ávidamente con su clítoris mientras sus dedos se hundían en lo más profundo de su ser.  

En cuestión de segundos, ella se corrió y le llenó de su néctar.  

Pero él quería más. La bajó, la dio la vuelta y apoyó sus manos en la mesa para acto seguido penetrarla por detrás. Sus envestidas hacían que ella cada vez gimiera más fuerte.  Él metía y sacaba su polla erecta de ella y ella, gritaba pidiendo más y más.  

Su coño estaba empapado y ella frenética porque había llegado a su segundo orgasmo. 

En ese momento, ella se giró, se agachó y se metió la polla en la boca. Se la metió entera. Solo quedaban fuera de ella los testículos. La chupaba, la mordía, la escupía y lamía sin pausa. Saboreando cada parte de ella.  

Su lengua juguetona se paseaba por el prepucio y lo mordisqueaba suavemente. Luego volvía a cogerla con sus manos y a metérsela entera en la boca. 

Él la tenía agarrada del pelo para asegurarse que no parara porque estaba fuera de sí y quería más y más.  

Cuando se cansó de chuparle la polla, se levantó y lo tumbó en el suelo poniéndose encima a horcajadas para poderlo cabalgar a su antojo. Estaba enloquecida, solo quería sentir su polla entrar y salir de ella. Nada más.  

Sus gemidos retumbaban en toda la estancia y cuando juntos llegaron al clímax, se ahogaron en un grito de placer. 

Ella se levantó, se vistió como pudo ya que la temblaban las piernas y la costaba mantener el equilibrio y al despedirse le dijo al oído... 

·         Voy a venir a follarte todos los días hasta que me vaya y después ya me dirás si te quedan ganas de volver a desaparecer sin dejar ni rastro. 

 

 

 

 

 

 

 

 

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