- ¡Me debes un café largo! - ¿Pero, largo? ¿Cómo de largo? - Ummm… interminable… - Buf. No sé si eso es viable pero lo intentaremos. Esa era nuestra despedida de todos los días después de nuestro café matutino. Nos dábamos un beso rozándonos las comisuras de los labios, nos abrazábamos para impregnarnos el uno de la esencia del otro y nos íbamos cada uno a seguir con nuestra vida. Yo, la que había elegido. El, la que en su día eligió y luego se arrepintió. Nos veíamos siempre que podíamos. Con un ratito de risas nos conformábamos. Pero un día sin más, quedamos a primera hora de la mañana y lo que parecía un café pacífico y rutinario, terminó siendo un día interminable. Habíamos quedado en el mismo sitio de siempre. Un lugar acogedor y céntrico pero a salvo de miradas indiscretas. Aparqué y cuando llegué a la puerta para mi sorpresa estaba cerrado. Al momento, llegó él y como si ya supiera que iba a estar cerrado, me invitó a se