- ¡Quiero ese abrigo! - Vale. Yo te lo regalo. Pero con una condición. Tienes que ponértelo un día sin nada debajo. - ¿En serio? - Totalmente. No me importa el día. Puede ser mañana o dentro de un año, pero tienes que ponértelo sin nada. - ¿Y qué pretendes hacerme si hago eso? - Tú solo hazlo querida. El resto vendrá solo. - Venga. Vale. - ¿Seguro? Mira que luego no quiero excusas... - Seguro. Te lo prometo. Y me regaló el abrigo. Negro, de vuelo, forrado entero de pelo y atado a la cintura con un cinturón. Pasó el tiempo y el abrigo seguía en el armario a la espera de ser estrenado. Con los meses, la relación se fue enfriando y el abrigo sin estrenar, pasó a formar parte de los miles de recuerdos que guardaba suyos en el mayor armario del mundo. Mi cabeza. Un día cualquiera, me levanté decidida a reconquistarle. Así que salí a la calle con la mejor de mis sonrisas, unos salones de tacón fino, unas medias negras de liga y el abrigo. Él llegaba en el tren