C uando llegamos a su casa, Sara nos recibió en el pasillo y las tres nos devoramos a besos. Ya nos teníamos mucha confianza, así que después de cerrar la puerta, los besos, las caricias, no se hicieron esperar. Ni siquiera habíamos llegado al salón y ya nos estábamos acariciándonos los pechos y sobándonos las caderas y las nalgas apasionadamente. Hablamos de algunas cosas, nos tomamos unas cervezas, pero yo, no dejaba de admirar a Sara, nuestra amante mayor. Nosotras éramos unas princiantas, pero ella, ya era toda una profesional, toda una mujer. Ese día tenía puesto un pantalón de vestir, azul claro, abrochado por una diminuta correa y una blusa-suéter de color blanco, que resaltaba sus pechos enormes y naturales. Después de un rato de contar chistes, reír y de recordar lo que hiciéramos en el coche la otra vez, decidimos irnos al cuarto y pasarlo en grande... Ya en la cama, sabiendo a lo que íbamos no hubo mucha planificación, los besos salieron solos, igual que las c