- ¡Quiero ese abrigo!
- Vale. Yo te lo regalo. Pero con una condición. Tienes que ponértelo un día sin nada debajo.
- ¿En serio?
- Totalmente. No me importa el día. Puede ser mañana o dentro de un año, pero tienes que ponértelo sin nada.
- ¿Y qué pretendes hacerme si hago eso?
- Tú solo hazlo querida. El resto vendrá solo.
- Venga. Vale.
- ¿Seguro? Mira que luego no quiero excusas...
- Seguro. Te lo prometo.
Y me regaló el abrigo. Negro, de vuelo, forrado entero de pelo y atado a la cintura con un cinturón.
Pasó el tiempo y el abrigo seguía en el armario a la espera de ser estrenado.
Con los meses, la relación se fue enfriando y el abrigo sin estrenar, pasó a formar parte de los miles de recuerdos que guardaba suyos en el mayor armario del mundo. Mi cabeza.
Un día cualquiera, me levanté decidida a reconquistarle. Así que salí a la calle con la mejor de mis sonrisas, unos salones de tacón fino, unas medias negras de liga y el abrigo.
Él llegaba en el tren de las cuatro. Venía de un largo viaje en el que además de tiempo, había perdido paciencia y dinero. Mucho dinero. Le esperé impaciente en el andén y di gracias al cielo por la temperatura que hacía y por no morirme de frío.
El tren llegó con retraso y yo ya estaba impaciente a la par que nerviosa. Cuando anunciaron la entrada del tren por megafonía, me acerqué al andén para que me viera.
Cuando se bajó del tren, su cara al verme no tuvo precio. Era una mezcla entre sorpresa y escepticismo ya que hacía mucho que no nos habíamos vuelto a ver.
- Qué abrigo más bonito llevas...
- ¿Te gusta? Me lo regaló alguien muy especial.
- ¿Te apetece un café? Llevo mucho rato aquí esperándote y tengo sed...
- Perfecto. Aquí mismo hay una cafetería que hace unas infusiones perfectas. Como a ti te gustan.
Llegamos a la cafetería y mientras él pedía yo fui al baño. Una vez allí le mande un WhatsApp. Pero no uno cualquiera no. Uno en el que le instaba a venir con la mayor rapidez posible.
El baño era grande. Tenía doble lavabo, espejos en techos y paredes y pestillo por dentro y fuera de la puerta.
Cuando vino, apenas le di tiempo a reaccionar. Cerré la puerta, me desabroché el abrigo y dejé que comprobara que no llevaba nada debajo.
Inmediatamente se me acercó, me quitó el abrigo, me dio la vuelta, apoyó mis manos en el lavabo y me folló.
Nunca antes me habían follado así. Sus embestidas eran brutales, sus huevos chocaban con cada movimiento frenético en mis nalgas y sus jadeos cada vez eran más intensos.
Se corrió en cuestión de segundos. Solo tuve que darme la vuelta y meterme su polla erecta y caliente en la boca para que explotara de placer en ella.
Me levanté, me lavé la cara y la boca, me puse el abrigo y a la que salía del baño le dije...
- La infusión te la tomas tú. Yo te espero en casa con menos ropa y más ganas de follarte todavía
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