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TURNO DE NOCHE

Me habían invitado a una fiesta de disfraces. Hacía años que no iba a ninguna y realmente me apetecía mucho ir. 
Sólo había una condición. No quitarse la máscara en toda la noche. 
No tenía ni idea de que podría disfrazarme. Hacía tantos años desde la última vez...No podía ser algo muy abrigado porque si no moriría de calor y tampoco quería algo muy ligero para no llamar demasiado la atención. 
Me puse a buscar en internet y encontré justo lo que andaba buscando. Me puse a buscar en internet y encontré justo lo que andaba buscando... 
Me disfrazaría de campesina medieval. El disfraz se componía de falda larga, delantal y corsé de escote cuadrado que pronunciaría bien mis encantos. A parte, me compré una máscara dorada de cara entera perfecta para no delatarme. 
El día de la fiesta, mi marido trabajaba de noche así que me vestí en casa ante sus ojos atentos a cada detalle. Cuando terminé me puse la máscara y me fui. 
Cuando llegué la fiesta era un hervidero de gente. Imposible dar un paso sin tropezar con un camarero portando bandejas llenas de copas de cava. 
El salón era enorme y estaba adornado para la ocasión. Máscaras colgadas en las paredes, unas mesas rectangulares llenas de canapés y un DJ que iba de Elton Jon pinchando música sin descanso. 
Me tomé un par de copas y con la tercera en la mano decidí ir a explorar el terreno.  
Allí todos bailaban con todos. Daba igual el sexo. Hombres, mujeres... no se sabía muy bien que era cada uno porque pude adivinar ver a dos hombres ataviados con vestidos de fiesta y a dos mujeres con esmoquin.  
Ya me había tomado la tercera copa y aquello empezó a parecerme más animado. Bailaba, comía, volvía a bailar y lo hacía siempre con una copa en la mano. 
El ambiente estaba cargado. Tanta gente no dejaba que el aire se depurara y me estaba agobiando así que decidí salir a dar una vuelta para despejarme.  
La finca era enorme. Jardines, fuentes, caminos por lo que pasear... y todo lleno de gente.  
Me puse a caminar y de pronto me encontré frente a una puerta de madera maciza y unos ventanales tintados. La puerta no tenía nada más que un llamador en el centro en forma de mano y un cartel que decía... SI TE GUSTA EL RIESGO Y ERES ATREVIDO, LLAMA. 
Bueno, tampoco es que me lo estuviera pasando muy bien en el otro lado así que... ¿por qué no? 
Llamé a la puerta y se abrió al instante.  
Entré en una estancia en penumbra. Sólo adornada con velas que daban un toque misterioso a la par que cálido. El suelo estaba cubierto de alfombras de pelo rojas y al fondo unos cortinones tupidos que impedían ver lo que había detrás. 
Estaba sorprendida a la par que expectante ya que no sabía exactamente qué fin tenía ese lugar.  
Recorrí la estancia y llegué a los cortinones. Los retiré como pude porque eran muy pesados y para mi sorpresa escondían otra puerta con otro cartel. Éste sólo decía: SI QUIERES PASAR...DESNÚDATE 
Y me desnudé. Total... 
Abrí la puerta y sin darme tiempo a reaccionar, alguien me agarró por detrás, me quitó la máscara y me vendó los ojos a la que me decía al oído... 
  • Prepárate para disfrutar. 
La voz me habló tan bajito que se me erizó la piel. 
Me llevaba de la cintura, agarrada por detrás. Anduve como diez pasos y de pronto me levantaron las manos y me las ataron a algo con unas correas. También me separaron las piernas y me las ataron igualmente. 
Intenté hablar. Pero fueron más rápidos que yo y me pusieron el dedo en la boca en señal de silencio. 
La voz que me había hablado al oído me dijo. 
  • Prepárate para gozar. No hables. No preguntes. No pienses. Sólo disfruta. 
Pasaron apenas dos segundos cuando noté que algo suave recorría mi cuerpo. Me daba la sensación de pluma. Pero no. No era una pluma. Era una fusta y me azotó en el culo. 
Di un grito de sorpresa y de dolor. Pero fue un grito lleno de placer.  
No me había recuperado del azote, cuando un líquido frío empezó a caerme por el cuerpo y pude sentir como unas lenguas me lo lamían a la que caía.  
El líquido recorrió desde mi cuello hasta mi ombligo y las lenguas se dividieron para no dejar un hueco de mi cuerpo sin chupar. Dos lenguas en mis pezones, dos en mi cuello y una bajando hasta mi sexo. 
Mis pezones estaban erectos. Mi cuerpo temblaba y mi piel desprendía calor. Muuucho calor. 
Estaba excitada como nunca antes lo había estado y poco a poco mis gemidos fueron en aumento. 
Las lenguas de mis pezones seguían allí entretenidas. De vez en cuando, me echaban algo en ellos seguían chupándolos ávidamente. Luego jugaban con ellos. Los mordían suavemente, los pellizcaban y así una y otra vez sin descanso.  
Las lenguas del cuello fueron bajando poco a poco por mi espalda y unas manos me masajeaban con aceite a la vez que de vez en cuando me daban un azote con la fusta mientras que la lengua del ombligo dejó de estar ahí para instalarse en mi clítoris.  
Nada más notar esa lengua lamiendo mi fuente de placer, mis gemidos aumentaron aún más y en cuestión de segundos me corrí. Fue un orgasmo intenso. Me temblaban las piernas y la lengua no paró de jugar hasta que me ahogué en un grito de placer.  
Mi boca no acertaba a pedir más. Sólo sabía emitir gritos, pero mi cuerpo necesitaba ser poseído. 
Apenas me había corrido cuando sentí entre mis piernas algo duro que me penetró de golpe. 
Mis gritos de placer llenaban la habitación y el vibrador entraba y salía de mi coño sin descanso. Sin necesidad de lubricante ya que estaba empapada.  
La lengua se retiró y dejó paso a unos dedos que me frotaban efusivamente al ritmo del vibrador.  
Me corrí por segunda vez y automáticamente me desataron las manos.  
Hice amago de quitarme la venda de los ojos, pero no me dieron tiempo. Me cogieron por detrás, me doblaron el cuerpo hacia delante y volvieron a inmovilizarme las manos de manera que mi cuerpo se quedó a noventa grados del suelo.  
Me agarraron por las caderas y me penetraron. Pude sentir una polla dura y caliente entrando y saliendo de mi coño con fuerza. 
Mis gritos cada vez más fuertes, se unieron a los gemidos del que me estaba follando y juntos llegamos al más profundo éxtasis. 
Cuando llegué a mi casa, era casi de día.  
Mi marido estaba acostado pero despierto. 
Me di una ducha, me puse el pijama y cuando me disponía a acostarme, mi marido me preguntó: 
  • ¿Qué tal la noche? 
  • Diferente – le dije - 
  • ¿Disfrutaste? 
  • Ummm... Mucho amor.  Mucho 
  • Bien. De eso se trataba querida. Que salieras de la rutina y disfrutaras 
Tenía remordimientos. Había engañado al amor de mi vida, pero ya no había marcha atrás.  
Me fui a acostar y de repente, el remordimiento se me pasó de golpe porque al retirar las sábanas, encontré en mi lado la cama mi máscara dorada. 

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