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CAFÉ PARA DOS


     -   ¡Me debes un café largo!
     -   ¿Pero, largo? ¿Cómo de largo?
     -    Ummm… interminable…
     -     Buf. No sé si eso es viable pero lo intentaremos.
Esa era nuestra despedida de todos los días después de nuestro café matutino.
Nos dábamos un beso rozándonos las comisuras de los labios, nos abrazábamos para impregnarnos el uno de la esencia del otro y nos íbamos cada uno a seguir con nuestra vida.
Yo, la que había elegido. El, la que en su día eligió y luego se arrepintió.
Nos veíamos siempre que podíamos. Con un ratito de risas nos conformábamos. Pero un día sin más, quedamos a primera hora de la mañana y lo que parecía un café pacífico y rutinario, terminó siendo un día interminable.
Habíamos quedado en el mismo sitio de siempre. Un lugar acogedor y céntrico pero a salvo de miradas indiscretas. Aparqué y cuando llegué a la puerta para mi sorpresa estaba cerrado.
Al momento, llegó él y como si ya supiera que iba a estar cerrado, me invitó a seguirlo.
-          No hace falta que movamos los dos coches. Vamos en el mío – Me dijo-
-          ¿Dónde vamos? – Pregunté-
-          A tomar un café. ¿Tienes Prisa?
-          No. Pero dime dónde vamos. – Le dije-
-          ¿Qué pasa que no confías en mí? Vamos aquí cerca. Tranquila que no voy a comerte. – Me contestó en tono burlón…-
Me monté en el coche y a los diez minutos vi que cogía la autovía.
-          ¿Pero dónde coño me llevas? ¿No íbamos aquí al lado? ¡Me estás poniendo de una mala leche…!
-          Tranquila mujer. Por favor confía en mí. Yo nunca te haría daño…- Me dijo en un susurro-
-          ¡Ves! Ya hemos llegado. – Dijo en tono burlón otra vez-
Estábamos frente a un parador en medio de la nada. Con jardines alrededor y una fuente enorme en el centro.
Era un sitio precioso. Parecía de cuento. La puerta, toda acristalada y unos ventanales enormes.
Entramos y pasando el hall había un saloncito adornado con una enorme alfombra, una mesita de cristal, dos silloncitos y una chimenea.
-          ¿Me vas a decir dónde estamos o me vas a dejar con las ganas? Bueno no. No me lo digas. Prefiero ignorarlo. – Le dije-
-          Mejor… - Me contestó-
-          Siéntate y ponte cómoda. Ahora vengo.
-          ¿Dónde vas? ¡A mí no me vayas a dejar aquí sola!
-          Que no… tranquila…
Y se fue.
Me quité el abrigo y me senté en el sillón pero tenía tanto frío que tardé nada en sentarme en el suelo al calor de la chimenea.
Él llegó al poco tiempo con una bandeja llena de pastas, café y algún que otro dulce.
Me miró y empezó a reírse al verme sentada como los indios pegada al fuego.
-          ¿Por qué no me asombra verte en el suelo? –Dijo entre risas_
-          ¿Porque sabes lo friolera que soy? –Le dije haciéndole burla-
Dejó la bandeja encima de la mesita y se sentó a mi lado.
Me preguntó si quería café y le dije que más tarde cuando entrara en calor.
Estuvimos un buen rato charlando, riendo y hasta discutiendo. Yo estaba cómoda. Me gustaba estar con él sin prisas y sin coraza. Sobre todo sin coraza y a él se le veía también cómodo conmigo.
Estábamos hablando y de pronto se calló  y se me quedó mirando fijamente.
-          ¿Qué te pasa? ¿He dicho algo molesto? – Le pregunté-
-          - No. Pero siento que o lo hago ahora o nunca – Me dijo-
-          ¿Si no haces el qué? –Dije expectante.
-          ¡Esto!
Y sin más se abalanzó sobre mí y me besó.
-          ¿Se puede saber qué haces? –Le grité- Pero no pude más. Le agarré de la camisa y le besé.
¡Dios. No podía dejar de besarle! ¡Ese olor me  volvía loca!
Me abalancé sobre él y le arranqué la camisa sin dejar de besarle. Estaba frente a él de rodillas sin controlar mi deseo contenido besándole, mordiéndole, queriéndole comer…
Su deseo no se hizo esperar. Me quitó el jersey y me desabrochó el sujetador a la que me acariciaba los pechos con su lengua.
No recuerdo muy bien como le quité los pantalones ni como me quitó el tanga pero en menos de cinco minutos pasamos de estar vestidos hablando a estar desnudos devorándonos.
Su cuerpo desprendía fuego y el mío estaba en llamas.
Hicimos el amor salvajemente, sin mediar palabra. Como dos animales en celo. Yo a horcajadas encima de él cabalgándole salvajemente y él gimiendo sin parar.
De pronto me agarró de las caderas, me giró y me quedé a su merced. Empezó a besarme, a morderme y llegó a mi clítoris. Lo chupaba ávidamente. Como si no le importara nada más.
El placer era infinito. Me retorcía entera y pedía más. Su lengua se movía sin parar y sus dedos entraban y salían de mí frenéticamente. Estaba empapada y sin darme cuenta, me corrí como una perra y él sin pensarlo, se bebió todo mi jugo.
Cuando llegué al orgasmo, mis piernas empezaron a temblar sin control y él aprovechó para darme la vuelta, agarrarme de las caderas y follarme. Su envistes eran cada vez más fuertes y en la habitación solo se oían sus jades, mis gemidos y el sonido de su cuerpo chocando con el mío.
No mediábamos palabra. Sólo follábamos como salvajes. Con pasión desenfrenada y lujuria.
Poco a poco, sus embestidas fueron cesando y eso me permitió girarme.
Le tenía de frente y pude ver que su excitación era tal que tenía las pupilas dilatadas.
Su polla erecta era inmensa. Inmensa y apetecible. Sin dudarlo, la agarré con mi mano y me la metí en la boca.
Sus jadeos no se hicieron esperar. Gemía. Jadeaba. Me pedía que no parara. Que siguiera chupándosela y yo que estaba excitada como nunc, metía y sacaba su polla de mi boca a mi antojo mordiéndola, saboreándola, chupándola, lamiendo sus huevos y masturbándole también.
Seguí masturbándole y succionando su polla hasta que me agarró de la coleta y me
Invitó a parar.
Me tiró sobre la alfombra, me abrió las piernas y me penetró.
Su cuerpo ardía y el mío quemaba. Sus movimientos ya no eran frenéticos. Ahora eran acompasados. Suaves. Acompañados de besos y caricias.
No tardamos en llegar juntos al orgasmo. Fue intenso. Largo. De los que no olvidas nunca.
Cuando recuperamos el aliento, nos miramos y sin decirnos nada nos vestimos y nos fuimos de allí.
Durante el camino de vuelta no hablamos. Solo nos mirábamos fugazmente y sonreíamos.
Cuando llegamos donde estaba mi coche, me bajé y al despedirme me miró fijamente y me dijo al oído…
-          El próximo café lo pagas tú…

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