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Mi pareja y yo
llevábamos años juntos. Al principio, follábamos a todas horas. No teníamos
medida. Nos daba igual la hora o el lugar.
En la cama, en el
sofá, encima de la mesa, en el coche… incluso en los probadores del Corte
Inglés. Era increíble. Todos los días enganchados y cachondos.
Poco a poco, esa
pasión se fue adormeciendo y nuestros encuentros empezaron a escasear.
Nos deseábamos pero
no encontrábamos nunca el momento de comernos. Así que me lie la manta a la
cabeza y decidí darle una sorpresa.
Reservé en un
restaurante italiano y le pedí al camarero una mesa “con algo de intimidad”. Le
mandé un was y le cité allí sin darle explicaciones.
Estaba nerviosa y me
gustaba es que la sensación. Hacía tiempo que no sentía ese cosquilleo entre
las piernas y deduje que la noche iba a ponerse interesante.
Me puse lencería muy
picante. Un tanga negro de encaje, un sujetador transparente a juego, liguero y
medias a juego también.
Saqué del armario mi
vestido rojo ceñido, mis salones negros de aguja y me pinté los labios a juego
con el vestido.
Llegué al restaurante
diez minutos antes de la hora convenida y él estaba ya allí sentado e
impaciente.
Cuando me vio entrar,
noté cómo me comía con los ojos. Se levantó, me dio un beso y me dijo al
oído...
-
Te follaba aquí mismo
amor.
Durante la cena, las
risas fueron constantes y las miradas voraces también.
De vez en cuando,
ponía mi pie entre sus piernas y podía sentir su verga caliente y dura.
Cuando salimos del
restaurante, estábamos ávidos de sexo y él me propuso ir a casa y follar toda
la noche. Pero yo, le tenía reservada una última sorpresa.
Llamamos un taxi y
antes de que él dijera la dirección de casa, me adelanté y le di una nota al
taxista con una dirección anotada.
Cuando llegamos, me
miró sorprendido. Mudo.
Estábamos frente a un
chalet todo vallado custodiado por cuatro gorilas. Dos en la verja y dos en la
puerta de entrada. Nos acercamos a la verja, saqué de mi bolso una tarjeta
dorada y el gorila nos dejó entrar sin mediar palabra.
Subimos una
escalinata de mármol y llegamos a la puerta donde nos aguardaban otros dos
gorilas con gafas de sol.
Uno de ellos se me
acercó y me dijo:
-
No importa dijo Dick Turpin….
-
¡¡Saldremos todos por la puta claraboya!!- Contesté yo.
Y nos abrieron la
puerta del chalet.
Cuando entramos, su
cara me lo dijo todo.
Dejamos el móvil y el
bolso en recepción, cogimos unas llaves para las taquillas y entramos.
Cruzamos una puerta y fuimos a dar a una
estancia en la que había una barra con camareros semi desnudos que servían cava
a demanda a clientes semi desnudos también.
-
¿dónde estamos? – me preguntó
-
En un club
Swinger amor. – le contesté.
-
Esta noche, vamos a
recuperar el tiempo perdido y nos vamos a poner al día con los “deberes”
atrasados.
Pasamos a las
taquillas y allí nos desnudamos. Yo me quité el vestido y me dejé la ropa
interior y los zapatos y él se desnudó entero y se puso una toalla en la
cintura.
Nos dirigimos a la
barra y el camarero nada más vernos, nos sirvió una copa de cava que me tomé de
un trago y no tardé nada en tener otra copa llena en la mano.
La gente se paseaba
por nuestro lado y nos miraban mientras nos besábamos y manoseábamos sin pudor
alguno.
Acabamos la segunda
copa de cava y nos metimos para adentro a explorar el terreno.
Estaba oscuro, tan
solo una tenue luz iluminaba la estancia en la que había una cama enorme.
Cuadrada. Calculo que de 20x20 y sobre ella, gente follando sin parar.
No le di tiempo a
reaccionar. Según llegamos, le tiré en la cama, le arranqué la toalla y empecé
a comerle la polla. Primero suavemente, haciendo círculos con mí lengua en su
glande y luego con mordisquitos suaves para terminar con ella entera dentro de
mi boca.
Sus manos querían
tocarme, pero no se lo permití. Me subí encima de él y le cabalgué salvajemente.
Sus huevos, chocaban contra mi coño húmedo y chorreante y hacían un ruido que
me volvía loca.
Me corrí mojándolo
todo. Mis gemidos no dejaban indiferente a nadie y él estaba fuera de sí
Me dio la vuelta, me
puso a cuatro patas, me agarró del pelo y empezó a follarme como un animal.
Notaba su polla entrar y salir de mi coño sin descanso y sus gemidos se unieron
a los míos.
Había una pareja al
lado nuestro mirando y sutilmente, se unieron a la fiesta.
La mujer, se puso debajo de mí mientras él me seguía
follando y empezó a morderme los pezones y a masturbarme mientras su pareja de
rodillas frente a mí, me invitaba a comerle la polla metiéndomela sutilmente en
la boca.
Perdí la noción de
todo. Estaba como loca. Me corría sin control y lo empapaba todo.
El hombre de la otra
pareja sacó su polla de mi boca, me miró y empezó a besarme.
Mi pareja, cogió a su
mujer y empezó a comerla el coño mientras miraba como el hombre me besaba todo
el cuerpo y me follaba hasta hacerme temblar de placer.
Los dos hombres
estaban fuera de sí. Nos daban cachetes en las nalgas cada vez más fuertes y
nosotras gemíamos de placer con cada uno de ellos.
Ahora era yo la que
le comía la polla a mi pareja mientras él la comía a ella el coño y la pareja
de ella, se masturbaba mirándola gozar.
Estuvimos follando
con ellos casi cuatro horas. Mi coño, hacía tiempo que no estaba tan dilatado,
caliente y mojado y su polla, dura y caliente.
La mujer me miró y
las dos empezamos a chupar la polla de mi pareja. Una la polla y la otra los huevos
mientras la pareja de ella se masturbaba ferozmente hasta correrse y mi pareja
hizo lo propio llenándonos a las dos la cara y la boca de leche.
Eran las seis de la
mañana y estábamos exhaustos.
Nos vestimos y nos
fuimos del local. Llamamos a un taxi y camino a casa, ante los ojos de estupor
del taxista nos pusimos a follar en el asiento trasero del coche.
Pero eso…Eso es otra
historia.
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